domingo, 15 de mayo de 2011

Jordania y Jerusalem - Domingo de crisis, 3

15/08/2010


No sin dificultad, subo hasta la mitad del anfiteatro romano. Me siento y compruebo que en las alturas corre una brisa estupenda.

Hay pocos turistas a esa hora terrible de sol. Un hombre mayor, curtido, delgado y de barba blanquísima ofrece sus servicios de guía a todo al que entra al recinto, pero no tiene mucho éxito. Pide 10 dólares y no se sabe muy bien qué es exactamente lo que ofrece. Además del anfieatro, a un lado está el museo de tradiciones. Cuando decido bajar desde las alturas, y entrar al museo, me esperan unos minutos gloriosos de bajar arrastrándome por los monumentales escalones bajo el sol inmisericorde.

Una visita rápida por el pequeño museo me familiariza con la vestimenta tradicional rural palestina de distintos períodos. No sé si me llama más la atención el peso que debían tener las indumentarias o el calor que debían dar. En el museo no parece haber ningún baño y a mi se me está acabando el agua en pleno ataque de sofoco de calor. La falta de sueño también me está pasando factura.

Salgo del recinto y en pocos paso bajo el sol amigo, empiezo a sentir el malestar primero, el escozor después y el intenso picor en todo el cuerpo luego. No puede ser, la alergia al sol que yo creía a raya. ¿Pero no ha sido suficiente la protección 90? Que mala suerte. Los síntomas suelen ser definitivos y preceden a un malestar mayor si me mantengo en contacto mínimo con el sol.

Aún no lo sé, pero más tarde descubriré que la alergia me la ha provocado en parte la propia crema.

Acelero el paso, lamentando mi suerte, y trato de atajar por las zonas de sombra (ninguna) hasta el hostal. La zona es tranquila, pero está atravesada por una carretera transitada de vehículos. No hay ningún lugareño al que arrimarse y me cuesta un buen rato cruzar dos calles. Recorro una avenida y veo la plaza de la mezquita y a mano derecha la cuesta que comienza la subida al Farah. Si tenía algo de hambre, ya lo he olvidado, pero compro una botella de agua y unas naranjas en una tienda de zumos.

Al llegar al hostal, respiro aliviada por estar por fin en zona de sombra. Cojo la llave de la habitación y corro a la ducha, mientras la cabeza me da vueltas como una noria, porque la alergia al sol tiene muy mal pronóstico como compañero de viaje.

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