sábado, 28 de mayo de 2011

Jordania y Jerusalem - Lunes de soluciones




16/08/2010



Ayer me acosté pensando que Amman era una ciudad sucia y bastante fea. Qué triste llevarme esta única impresión de Oriente Medio y una alergia galopante de recuerdo. El lunes, según la evolución del malestar decidiría cómo regresar a casa.


Duermo sin que me moleste la piel y casi de un tirón. A las cinco de la madrugada me despierta un ruido atroz desde el callejón que da al hotel. Una pelea de gatos monumental con griterío en estereo. Prefiero no asomarme a la ventana. Suerte que la pelea es más intensa que larga y vuelvo a quedarme dormida.


Por la mañana, me levanto sin aparentes molestias. Aunque se que en cuanto salga a la luz del sol terminarán los beneficios de la cura de sueño.


Bajo al comedor del Farah a desayunar y me tropiezo con los gatos de la pelea callejera. No hay duda, uno lleva una aparatosa herida en un ojo, otro cojea de una de las patas y el tercero está herido en una oreja. Me encantan los gatos, pero ni me acerco. El chico del Farah les riñe, pero les habla en un tono que desprende tal dulzura, que me queda claro que se les considera guerreros, pero de la familia. No me aparto de los mininos por la impresión de las heridas, no. Es por el polvo. No lo he dicho aún, pero el polvo es a Ammán, lo que la niebla a Londres; una parte sustancial del paisaje. En las repisas, en los muebles, en el suelo, en el aire, todo es polvo, sólido o en suspensión, macerado por el sol y sin gota de humedad. Sorprende la primera vez, pero acaba uno acostumbrándose y no llega ni a inquietar ni produce alergia. Es un elemento más.


En la mesa comparto desayuno con una familia norteamericana, formada por una madre y sus dos hijas. La madre habla un español sencillo con acento mexicano. Me dice que trabaja para una universidad mejicana y que está visitando a sus hijas que trabajan y viven ahora en Jordania. La madre es blanca y delgada y las dos hijas son dos jóvenes negras y fornidas. Dedican unos minutos a rezar antes de desayunar, qué poco nos parecemos. Llega el dueño del Farah y me pregunta qué tal estoy. La mujer norteamericana se ofrece a ayudarme en lo que necesite. En ese momento, no sé de dónde me viene la idea, pero le pregunto si me podrían acompañar a comprar ropa de mujer jordana. Tenemos algunos problemas con el idioma, pero finalmente me comprenden y la mujer le pide a una de sus hijas que me acompañe."Ella habla bastante árabe"


Árabe e inglés, todo lo que me falta a mí. Me emociono y subo a la habitación a taparme lo más posible y a por dinero. No todo está perdido. Igual, un vestido de los que usan las mujeres jordanas me protege del sol.


Así es que salimos del Farah Rachel, la joven afroamericana de New York que lleva seis meses trabajando en Jordania y yo, feliz y animada, por si lo del atuendo resulta.


Rachel me guía por las callejuelas y en menos de 5 minutos estamos en la calle principal de las tiendas de ropa jordana. Son tiendas minúsculas, atendidas por jóvenes jordanos y repletas de género doblado y ordenado en estanterías. Obviamente no tienen probadores. Ni espejos. Rachel, como buena norteamericana, trata de que no se me vea un centímetro de piel mientras me pruebo los tupidos vestidos. He pedido una de las chilabas negras que he visto llevan las mujeres, pero el dependiente me ha dicho que no, que ésas son demasiado tradicionales. Compro uno azul turquesa, el segundo que me he probado y que se ajusta a mi talla. Regateamos lo justo. No quiero comprometer más tiempo a Rachel. Si necesito más, ya volveré sola.


Regresamos al hotel. Allí nos esperan su madre y su hermana. Doy las gracias a todo el mundo y subo rápidamente a ponerme el nuevo atuendo. Me veo rarísima, pero me da igual, si funciona me va bien. En la recepción del Farah soy recibida con amplias sonrisas, gestos de aprobación y hasta algún vítore. Madre de dios, me debo de haber comprado el modelo fiesta.



Salgo a la calle y compruebo si el invento funciona. Paseo diez minutos bajo el sol y no siento ninguna molestia. Genial. Las telas no son nada gruesas, pero son tan tupidas que no permiten pasar ni un rayito de sol. Ni uno. ¡Esto funciona!

lunes, 23 de mayo de 2011

Jordania y Jerusalem - Domingo de crisis, 4


15/08/2010

La tarde de domingo se convierte en una acelerada toma de decisiones. Si en dos horas bajo el sol con protección solar 90 me he quemado, no me veo capaz de continuar otros 11 días. Voy a recorrer zonas mucho más calurosas y la alergia al sol, cuando avisa, pide permanecer a la sombra durante 15 días y mantener un cuidado extremo.

Alterno la aplicación de las cremas antiquemaduras que llevo en el botiquín, con los lamentos por mi mala suerte y la búsqueda en internet de posibles vuelos de regreso a casa. Encuentro un vuelo desde Tel Aviv para el día 20. Si me mantengo a la sombra, la alergia no empeora y soporto el malestar, ésta será la opción. Si la alergia empeora, usaré el seguro de viaje y me tendré que marchar antes.

Envío varios electrónicos a casa, pero es domingo y no localizo a nadie. Trato de llamar por el novísimo teléfono móvil cuatribanda que compré en San Sebastián, pero no hay manera de establecer contacto. Sólo escucho una amable voz femenina que repite un mensaje enlatado en árabe.

Debe notarse a la legua mi inquietud, porque el dueño del Farah se acerca educadamente a preguntarme si va todo bien. Le explico grosso modo mi situación y me acerca un teléfono móvil para que llame y me cede el silencio de su oficina. Qué amable. Hago una llamada a mi mejor amiga. Ella no está, pero hablo con su marido. Me tranquiliza oír una voz amiga y por lo menos consigo desahogarme. Quedamos en que nos comunicaremos por correo electrónico. Devuelvo el teléfono móvil a su dueño y le pregunto cuánto es la llamada. Mira por encima la pantalla del teléfono y me dice amablemente que nada. Oh, dios mío. Me dan ganas de abrazarlo Estos son los detalles que me reconcilian con el mundo y mis congéneres. Sean de la nacionalidad o culto religioso que sean, en el mundo siempre hay gente magnífica. Creo que hasta mejoro de la alergia.

Algún día contaré mis experiencias con el tema del dinero en países musulmanes. Decididamente la fiebre mercantil es más patrimonio de cristianos y judíos, por más que no nos guste oírlo.

Después de revisar todas la páginas de vuelos posibles en Internet y escribir algún correos más , subo a la habitación a aplicarme más ungüentos. No deshago mucho más la maleta. Me siento de nuevo en tránsito, pero esta vez para un posible regreso. Me tumbo en la cama y me duermo bajo el zumbido de las enormes aspas del ventilador del techo.

...

Bajo para la cena y coincido con Juanjo y Eva que ya han regresado de la excursión al Mar Muerto. Están muy decepcionados con el tour. No les han ofrecido ni comida ni bebida en todo el día, ni han encontrado lugar donde hacerlo. 15 de agosto, más de 45 grados y han vivido un puro día de Ramadám. Están cansados y alucinados. Nos sentamos en los butacones del Farah y acabamos riéndonos de nuestras experiencias del día. Ya ha terminado la jornada de ayuno, pero no sabemos si será fácil encontrar sitios para cenar. Como a la mañana he visto a otros viajeros que venían con comida cocinada de algún restaurante cercano, mientras ellos se reponen de la excursión, salgo a inspeccionar las inmediaciones.

En un lateral de la cuesta que baja del Farah veo un restaurante bastante animado con una terraza exterior. En una de sus mesas, reconozco a una pareja que he visto a la mañana en el hotel y me acerco a preguntarles. Mientras esperamos a que salga el dueño del restaurante, me siento un rato con ellos y me cuentan su magnífica historia.

Paco y Azu son una pareja de Murcia que ayer mismo comenzaron aquí, en Amman, su vuelta al mundo. Un periplo que les llevará cerca de un año. Un sueño que llevaban tiempo planeando y que por fin están haciendo realidad. Están exultantes y felices, y yo muero de envidia y admiración. Les cuento que estoy con unos amigos buscando sitio para cenar, y cuando el dueño nos confirma que tiene viandas más que suficientes para atendernos a todos subo a buscar a Eva y Juanjo.

La terraza del restaurante está en una callejuela más bien fea, pero cenamos de lujo al aire libre y en animada y feliz compañía, compartiendo vivencias, experiencias viajeras, detalles de la vuelta al mundo, y todo regado con grandes dosis de buen humor. Un lujo.









domingo, 15 de mayo de 2011

Jordania y Jerusalem - Domingo de crisis, 3

15/08/2010


No sin dificultad, subo hasta la mitad del anfiteatro romano. Me siento y compruebo que en las alturas corre una brisa estupenda.

Hay pocos turistas a esa hora terrible de sol. Un hombre mayor, curtido, delgado y de barba blanquísima ofrece sus servicios de guía a todo al que entra al recinto, pero no tiene mucho éxito. Pide 10 dólares y no se sabe muy bien qué es exactamente lo que ofrece. Además del anfieatro, a un lado está el museo de tradiciones. Cuando decido bajar desde las alturas, y entrar al museo, me esperan unos minutos gloriosos de bajar arrastrándome por los monumentales escalones bajo el sol inmisericorde.

Una visita rápida por el pequeño museo me familiariza con la vestimenta tradicional rural palestina de distintos períodos. No sé si me llama más la atención el peso que debían tener las indumentarias o el calor que debían dar. En el museo no parece haber ningún baño y a mi se me está acabando el agua en pleno ataque de sofoco de calor. La falta de sueño también me está pasando factura.

Salgo del recinto y en pocos paso bajo el sol amigo, empiezo a sentir el malestar primero, el escozor después y el intenso picor en todo el cuerpo luego. No puede ser, la alergia al sol que yo creía a raya. ¿Pero no ha sido suficiente la protección 90? Que mala suerte. Los síntomas suelen ser definitivos y preceden a un malestar mayor si me mantengo en contacto mínimo con el sol.

Aún no lo sé, pero más tarde descubriré que la alergia me la ha provocado en parte la propia crema.

Acelero el paso, lamentando mi suerte, y trato de atajar por las zonas de sombra (ninguna) hasta el hostal. La zona es tranquila, pero está atravesada por una carretera transitada de vehículos. No hay ningún lugareño al que arrimarse y me cuesta un buen rato cruzar dos calles. Recorro una avenida y veo la plaza de la mezquita y a mano derecha la cuesta que comienza la subida al Farah. Si tenía algo de hambre, ya lo he olvidado, pero compro una botella de agua y unas naranjas en una tienda de zumos.

Al llegar al hostal, respiro aliviada por estar por fin en zona de sombra. Cojo la llave de la habitación y corro a la ducha, mientras la cabeza me da vueltas como una noria, porque la alergia al sol tiene muy mal pronóstico como compañero de viaje.

domingo, 1 de mayo de 2011

Jordania y Jerusalem - Domingo de crisis, 2

15/8/2010



En la plaza de la mezquita busco la sombra, como hacen casi todos los jordanos. Hace calor, ¿qué se puede esperar un 15 de agosto a mediodía? Pero me parece más soportable de lo que imaginaba. Debe de ser la emoción del viaje. Además, creo que he venido bien preparada: ropa de algodón, falda y manga larga y protección solar 90.

Ni sospechaba que existiera una protección solar tan alta. La farmaceútica me la recomendó como el súmmum de los protectores. "Ésta crema se la llevó un chico que viajó al desierto del Sáhara -me dijo, mientras yo inspeccionaba el surtido de protectores de la farmacia, sin decidirme. Y le ha ido de maravilla- continuó. Era calvo y la necesitaba para protegerse la cabeza". Aquello debió parecerme definitivo, porque me la llevé.

Y lo primero que he hecho hoy antes de salir del Farah ha sido aplicármela como Dios manda. En ese sentido estoy tranquila. En el equipaje de prevención al sol, incluyo un gorro y un paragüas anti rayos UVA, pero los tengo reservados para Petra, donde imagino que el calor será mayor.

Bordeo la plaza de la mezquita y entro en un bullicioso mercado de frutas. Según el mapa, si lo atravieso atajaré hasta las ruinas romanas. Los vendedores ofrecen su género a voz en grito y sin descanso. Aquí es imposible que hayan escuchado al muecín, a pesar de que están cerquísima de los altavoces de la mezquita. Las calles son estrechas y me rozo con mujeres tapadas y hombres que hacen la compra.

Desde una de las salidas doy directamente con el Ninfeo, una fuente pública romana, construída el año 191 y ahora en fase de restauración. Leo en la guía que probablemente hubo una piscina de 600 m2, además de fuentes, mosaicos y tallas en el recinto, todo ello dedicado a las ninfas.

Continúo por una tranquila calle (parece que todo el bullicio estaba en el mercado) y llego a un parque desde donde se accede al anfiteatro y a los museos de Folclore y Tradiciones Populares.

Hay un kiosko de información turística en el parque y me acerco para solicitar información. Lo atiende un chico negro. Me sorprende, porque es el primero que veo en Amman. Me puede la curiosidad y le pregunto si es jordano. Me dice que sí, que jordano y musulmán, pero que su familia es originaria de...he olvidado el país, pero creo que me dijo Nigeria.

Entro en la zona de las ruinas romanas, y veo que también están de obras al comienzo, pero el anfiteatro aparece majestuoso y en un estado inmejorable. Fue excavado en una ladera, en el siglo II d.C. y tiene una capacidad para 7000 personas. Las gradas están muy empinadas, pero, llegado a este punto, quién se priva de subir. Efectivamente, la ascensión es complicada, pero peor será el descenso. Veo que algunos de los pocos turistas que hay ahora lo hacen arrastrándose sentados en los escalones de piedra.