Ayer me acosté pensando que Amman era una ciudad sucia y bastante fea. Qué triste llevarme esta única impresión de Oriente Medio y una alergia galopante de recuerdo. El lunes, según la evolución del malestar decidiría cómo regresar a casa.
Duermo sin que me moleste la piel y casi de un tirón. A las cinco de la madrugada me despierta un ruido atroz desde el callejón que da al hotel. Una pelea de gatos monumental con griterío en estereo. Prefiero no asomarme a la ventana. Suerte que la pelea es más intensa que larga y vuelvo a quedarme dormida.
Por la mañana, me levanto sin aparentes molestias. Aunque se que en cuanto salga a la luz del sol terminarán los beneficios de la cura de sueño.
Bajo al comedor del Farah a desayunar y me tropiezo con los gatos de la pelea callejera. No hay duda, uno lleva una aparatosa herida en un ojo, otro cojea de una de las patas y el tercero está herido en una oreja. Me encantan los gatos, pero ni me acerco. El chico del Farah les riñe, pero les habla en un tono que desprende tal dulzura, que me queda claro que se les considera guerreros, pero de la familia. No me aparto de los mininos por la impresión de las heridas, no. Es por el polvo. No lo he dicho aún, pero el polvo es a Ammán, lo que la niebla a Londres; una parte sustancial del paisaje. En las repisas, en los muebles, en el suelo, en el aire, todo es polvo, sólido o en suspensión, macerado por el sol y sin gota de humedad. Sorprende la primera vez, pero acaba uno acostumbrándose y no llega ni a inquietar ni produce alergia. Es un elemento más.
En la mesa comparto desayuno con una familia norteamericana, formada por una madre y sus dos hijas. La madre habla un español sencillo con acento mexicano. Me dice que trabaja para una universidad mejicana y que está visitando a sus hijas que trabajan y viven ahora en Jordania. La madre es blanca y delgada y las dos hijas son dos jóvenes negras y fornidas. Dedican unos minutos a rezar antes de desayunar, qué poco nos parecemos. Llega el dueño del Farah y me pregunta qué tal estoy. La mujer norteamericana se ofrece a ayudarme en lo que necesite. En ese momento, no sé de dónde me viene la idea, pero le pregunto si me podrían acompañar a comprar ropa de mujer jordana. Tenemos algunos problemas con el idioma, pero finalmente me comprenden y la mujer le pide a una de sus hijas que me acompañe."Ella habla bastante árabe"
Árabe e inglés, todo lo que me falta a mí. Me emociono y subo a la habitación a taparme lo más posible y a por dinero. No todo está perdido. Igual, un vestido de los que usan las mujeres jordanas me protege del sol.
Así es que salimos del Farah Rachel, la joven afroamericana de New York que lleva seis meses trabajando en Jordania y yo, feliz y animada, por si lo del atuendo resulta.
Rachel me guía por las callejuelas y en menos de 5 minutos estamos en la calle principal de las tiendas de ropa jordana. Son tiendas minúsculas, atendidas por jóvenes jordanos y repletas de género doblado y ordenado en estanterías. Obviamente no tienen probadores. Ni espejos. Rachel, como buena norteamericana, trata de que no se me vea un centímetro de piel mientras me pruebo los tupidos vestidos. He pedido una de las chilabas negras que he visto llevan las mujeres, pero el dependiente me ha dicho que no, que ésas son demasiado tradicionales. Compro uno azul turquesa, el segundo que me he probado y que se ajusta a mi talla. Regateamos lo justo. No quiero comprometer más tiempo a Rachel. Si necesito más, ya volveré sola.
Regresamos al hotel. Allí nos esperan su madre y su hermana. Doy las gracias a todo el mundo y subo rápidamente a ponerme el nuevo atuendo. Me veo rarísima, pero me da igual, si funciona me va bien. En la recepción del Farah soy recibida con amplias sonrisas, gestos de aprobación y hasta algún vítore. Madre de dios, me debo de haber comprado el modelo fiesta.
Salgo a la calle y compruebo si el invento funciona. Paseo diez minutos bajo el sol y no siento ninguna molestia. Genial. Las telas no son nada gruesas, pero son tan tupidas que no permiten pasar ni un rayito de sol. Ni uno. ¡Esto funciona!